miércoles, 28 de marzo de 2012

La palabra de una madre que representa la de muchas otras

"Cuando me enteré que Pablo se drogaba sentí un profundo dolor en el corazón y a partir de entonces comenzó a cambiar todo en casa. Al principio pensamos que con hablarle o ponerle penitencias como no salir o no ir a bailar íbamos a lograr algo. Cuando nos dimos cuenta de que era imposible pararlo, comenzamos a recorrer lugares donde nos pudieran ayudar: centros de recuperación, tratamientos ambulatorios y otros. Pero no logramos nada.

La angustia y la impotencia se apoderaron de nosotros. Cada vez era peor. Pablo se borraba de casa para que no lo viéramos por dos o tres días. Nosotros no dormíamos pensando qué sería de él. Teníamos mucho miedo, vivíamos angustiados, lo buscábamos por todos lados y recién cuando lo encontrábamos volvía a casa. Entonces le cortábamos las salidas. Se quedaba en casa y sólo salía con nosotros. Vivíamos muy mal, siempre persiguiéndolo, controlándolo.

Mi casa se había convertido en un desastre, estábamos cada vez peor, no teníamos paz. Discutíamos mucho, estábamos muy nerviosos. Yo creía que esa pesadilla nunca iba a terminar. Así pasaron años, no puedo precisar cuántos, tres o cuatro, no sé. Fueron varios años de dolor y tristeza.
La última vez se fue de casa por cuarenta días. Estaba en casa de unos parientes y no quería volver porque allá nadie lo controlaba. Yo estaba desesperada, vivía llorando. Fui a verlo porque no aguanté más. Quería hablar con él, ofrecerle mi ayuda, pedirle que se pusiera en tratamiento. Sabía que estaba cada vez peor. Sufrí mucho por no tenerlo en casa y porque sabía que su problema era grave.
Después, un día, pudimos hablar con él. El padre le propuso que se pusiera en tratamiento y le dijo que nosotros lo íbamos a ayudar y a apoyar en todo. Aceptó, es más, creo que estaba esperando eso. Al día siguiente fue él solo y consiguió una entrevista. Hoy Pablo está internado en San Miguel, recuperándose, gracias a Dios. Y nosotros podemos dormir tranquilos. Ahora podemos vivir y queremos vivir."


Fuente: Fundación Manantiales

jueves, 15 de marzo de 2012

Codependencia: cuando nuestra vida tiene sentido solo por los otros

Una familia es afectada cuando uno o más miembros son adictos activos, perturbando su funcionamiento. La dinámica de las relaciones, la comunicación y la conducta de sus miembros, cambian y se hacen disfuncionales, como resultado del proceso adictivo. Los cambios producidos pasan a formar parte del cuadro de la adicción, provocando así codependencia y dando lugar a la conducta adictiva.


La codependencia (también llamada coadicción) existe cuando una persona vive su vida a través de los demás a costa de sus propias necesidades, con el último fin de controlar a la otra persona. Nace de un hambre de tener una relación, debido a la falta de amor como un niño en su periodo de dependencia sobre su familia. Es una relación de desconfianza y obsesión, de vacío y de miedo. El amor se iguala al dolor. Es la práctica de patrones disfuncionales de relación, de manera compulsiva y a pesar del daño resultante, que buscan controlar al adicto.

La codependencia es un desorden aprendido en respuesta al proceso adictivo, puede trasmitirse de manera transgeneracional si no es tratado adecuadamente.
El sistema familiar recibe de manera frontal el impacto de una adicción, de modo que no existe familia que no muestre síntomas de disfunción, cuando uno de sus miembros se enferma.


Fuente: Fundación Manantiales


miércoles, 7 de marzo de 2012

Los efectos de las anfetaminas

Las anfetaminas constituyen una familia de drogas que estimulan el sistema nervioso, producen la pérdida del apetito, quitan el sueño y hacen desaparecer el cansancio. Bajo muy estricto control médico, ayudan a combatir la obesidad. El problema empezó durante la Segunda Guerra Mundial, en donde se utilizaron anfetaminas para disminuir en los soldados la necesidad de dormir, eliminar la fatiga y estimularlos para el combate. Al terminar la guerra, Japón tenía almacenadas grandes cantidades de anfetaminas y las puso a la venta, lo que provocó su uso masivo en las décadas del ‘50 y del ‘60. Los efectos negativos y la adicción generaron el control riguroso de su comercialización.

Pérdida del apetito.

Falta de sueño.

Constricción de los vasos sanguíneos.

Aumento masivo de la presión sanguínea.

Conducta paranoide.

Bajo autoestima, desconfianza, inseguridad.

Hemorragias y lesiones cerebrales.

Fallo cardíaco.


Fuente: Fundación Manantiales